sábado, 14 de mayo de 2011

Dormimos con la música del tiempo; despertamos, si alguna vez lo hacemos, con el silencio del creador. Y entonces, cuando abrimos los ojos a las orillas del tiempo increado, cuando la deslumbrante oscuridad se abre paso a través de las lejanas colinas del tiempo, llega la hora de apartar cosas como nuestra razón o nuestra voluntad; llega la hora de encontrar un camino de regreso a casa. No existen los hechos, sino los pensamientos y el complicado vaivén del corazón, el lento aprendizaje sobre dónde, cuándo, y a quien amar. El resto solo son habladurias e historias para los tiempos venideros.



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